viernes, 11 de enero de 2019

Nico Guglielmetti en INDIEHOY

Nací en 1981 en Bahía Blanca. Cursé estudios de letras en la Uns y formé parte de Vox Ruta 33 y EAPP (Escuela argentina de Producción Poética), ambos programas destinados a la formación de escritores emergentes. En 2008 fundé el periódico Ático del cual fui director hasta 2009. Ese mismo año fundé Nexo, proyecto cultural bahiense que comando hasta estos días y oscila entre el papel, la web, el formato radio e incursiones audiovisuales.
En poesía publiqué las plaquetas Cesar Palace (Ed. Semilla, 2009), Tres Dedo
(Ed. Niña Bonita, España 2011), La adolescencia del bostezo (Ed. Letras de Cartón, Chile 2012) y Bella Vista (Ed. Vox, Argentina 2015) y Cruzar el desierto (Colectivo Semilla, 2018).
Cruzar el desierto (Colectivo Semilla Ediciones, 2018) nació en 2015, instancia previa al ballotage Scioli-Macri, cuando ingresé a la EAPP (Escuela argentina de producción poética) una beca taller para escritores, bajo las órdenes de Sergio Raimondi, Marcelo Díaz, Omar Chauvié y Mario Ortiz entre otros.
Nació al calor de las preguntas que en el taller le hacíamos a Bahía y a la poesía. Los interrogantes se cruzaron también con otras disciplinas (la fotografía, la danza, el cine y la música) y poéticas, y surgió una serie de textos, que no quedó ajena al bombardeo mediático del contexto político y de la agenda que imponían las redes .
Las traducciones y lecturas de esos discursos formaron la serie y devinieron en un único poema XL. El desafío resulta mantener la tensión en lo que dura del viaje. Trabajar con diferentes discursos y resignificarlos ubicándolos en contextos ajenos (aparentemente).
Preguntas como hasta dónde es pertinente decir, cuales son los límites de la poesía, quién es el dueño de las palabras dieron el punto de partida de Cruzar el desierto. Sin embargo, estas no fueron las únicas: ¿Cuál es la ciudad que habitamos: la que talla “la historia oficial” o la que reconstruimos indagando los márgenes? ¿Qué festejamos cuando se conmemora la fundación de una ciudad?
¿Cuál es la función del poeta: tener la mayor cantidad de amigos que lo legitimen o ir otorgándole mayor espesor a las consignas más allá de nuestras afinidades? ¿Qué sucede con la experiencia a partir de las redes sociales? ¿Qué sucede cuando lo que parecía un chiste de mal gusto se convierte en un monstruo que te pisa la cabeza? ¿Es válida una poética que a medida que avanza va mostrando su biblioteca? Es algo de lo que puede encontrarse en el viaje de Cruzar el desierto.
Cuestionamientos hacia afuera y hacia adentro de la literatura, preguntas que encarnan respuestas en un libro, cuyo título principal es “Strawberry Fields Forever”, como tótem que insta a ir a estrellarnos contra la utopía (¿cuál?).
Y también, las anécdotas. Comienza con aquella que tiene como protagonista a Menem. Cuando era presidente vino a pescar tiburones a la ría local y a comer al taller mecánico de al lado de mi casa. Yo era chico, tengo un recuerdo vago, pero esa anécdota siempre fue reversionada en el barrio. Dicen que se sentó en el mismo tablón donde se juntan a comer todos los jueves en el taller y los custodios probaron su comida antes que él. Pensaba eso en tiempos de tanta invasión político discursiva y en qué pasaría si sucediera hoy. Pensaba si lo que escribimos no es una gran reversión… Pensaba en el peronismo como movimiento y afección popular. En la necesidad de recuperar la anécdota, en las voces, insertada en la poesía (si fuera el lugar adecuado).
Cuántas cosas así o, sin duda más bellas, se pierden en la oralidad, con el paso del tiempo. En el horizonte de esta recuperación, escuchaba a Alfio “el Coco” Basile decir que en una esquina de mi barrio, cuando él era un purrete de pantalones cortos, había visto una luz con forma de plato volador que lo hizo “enjabonar todo”. Recordaba que en ese lugar hoy hay un mural del “Che” Guevara. Claramente los espacios de la ciudad se rescriben y asumen otras textualidades que no dejan de contradecirse, por ejemplo, con el monopolio informativo de medios cómplices de las dictaduras argentinas, que hegemoniza la ciudad. Pensaba cómo será leído este lugar, que parece Springfield, este texto, que parece un viaje, por alguien de afuera: ¿afuera de dónde?, ¿de Bahía?, ¿de la literatura?
Cruzar el desierto tiene intenciones y una coincide con mis otros libros: la búsqueda de un lector participante, que arme sistemas, recoja las pistas y diseñe su propio rompecabezas. Ahí radica lo que más me seduce de la poesía: dejar sueltas sentencias que disparen a preguntas fundamentales, o viceversa. Un lector que se incomode en la lectura de un verso icónico de la poesía de los noventa en simultaneidad con una frase de campaña y un tweet fake. Las operaciones son infinitas.
Así se construyó Cruzar el desierto. Ahora es un artefacto literario dispuesto a la deconstrucción. Es difícil explicar una operación de escritura a través de sus temas, de los recursos o los procedimientos con los que se cuenta, pero acá estoy: proyectando una travesía que nunca va a ser la misma.

Strawberry fields forever
Yo no vi
las 50 famosas sombras
del señor Grey. Bueno, eso
Por el ojo del choto lo veo todo roto
decía hace una década Durand.
Me pregunto sobre lo avanzado.
#estamos en guerra
A todos los que vinieron a ser convencidos de la verdad
se les va a devolver su dinero si conservan el ticket.
En estas vastas dotaciones no hace mucho tiempo atrás
en nombre de la civilización
se ha destripado niños y violado mujeres.
¿Qué festejamos?
¿Esa agente del orden
vestida para matar
puede tocarme el pito
por cruzar a media cuadra?
Poner la palabra petroquímica en un poema
no te convierte en un intelectual comprometido
con el espacio mismo
donde estás produciendo.
Los que conversan sobre lo inconveniente del término material
se someten a un clientelismo paracultural
que les tiñe los dientes de violeta.
¿Con qué diario envolvemos los huevos?
Una chica que acaba de leer
deja sus borcegos y talismanes en el baúl
de un k último modelo.
¿Habré asistido a la muerte del autor?
Las cenizas del volcán Calbuco
caen sobre la tumba
de Diana Julio de Massot.
Un sexagenario con voz acatarrada
retumba y equilibra la mañana con su columna diaria.
Enhebra con oficio un dato inexacto y estadístico
de algunos de los Juegos Olímpicos que ha cubierto,
le inserta alguna problemática actual
y remata con una moraleja acorde a su doctrina fascista.
Es un método eficaz
con el que roba desde hace décadas
pero para un pueblo
de provincia está bien.
Ana trabaja hace dos años como pasante para el Jardín municipal.
Cada seis meses un letrado le da un contrato que no lee y debe firmar.
Se le cayeron dos mechones de pelo.
Su jefa dice que es por stress y que no es nada.
Ver el lado contaminante del asunto habla de una perspectiva acotada
sin embargo hace una hora que una junta de oftalmólogos
me pregunta de dónde vengo
mientras fijan una luz en lo profundo en mis ojos.
Eso que ves ahí es el deseo.
Eso que ves y se fue
es la gloria, el éxito paupérrimo
de los peces que mueren
tratando de decir algo
junto a un balde.
Aprovechando el natalicio de Ernesto Rafael Guevara Lynch
en Garay y San Lorenzo diferentes agrupaciones de izquierda
se reúnen a pintar un mural en el mismo sitio en el que años atrás
Alfio Basile en pantalones cortos aseguraba haber visto
un objeto volador no identificado que lo hizo enjabonar todo.
Con fe, con esperanza,
con convicción
deberían ser las palabras
que repite mentalmente
un soberano frente
a su primera cita.

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